7 de mayo de 2015

El juego de Diógenes


Mi padre dice que tengo Síndrome de Diógenes, refiriéndose a la cantidad de trastos que acumulo en casa y al desorden. Yo misma reconozco que los enredos me sobrepasan y me gustaría hacer algo al respecto, pero aprecio todos esos trastos y tengo múltiples aficiones en los que utilizarlos. Así que cuando me planteo encontrar una solución, siempre aplazo la respuesta. Ahora un curioso reto me ha incitado a la acción.


Todos acumulamos cosas

Hay gente que atribuye en broma el Síndrome de Diógenes a las personas que tienen su casa o su habitación abarrotada de objetos, sobre todo si están desordenados. Sin embargo, hoy en día muchísimas personas acumulan montones de objetos que no necesitan, con la diferencia de que los tienen bien guardados y empaquetados en muebles de Ikea (de la sección "almacenaje") o en trasteros. Tantos objetos que no los ven en años y no los utilizan nunca.


¿Entonces todos tenemos el Síndrome de Diógenes?

Me sorprendió descubrir que Diógenes de Sinope, el filósofo griego cuyo nombre se utilizó para denominar dicho síndrome, predicaba con el ejemplo el desprecio a los bienes materiales; sus únicas posesiones eran una capa, un zurrón, un bastón y una escudilla, de la que se deshizo cuando vio a un niño beber agua en el cuenco de sus manos.

En base a esto, debo pensar que haber dado ese nombre a tal trastorno se debe sobre todo al aislamiento social y a la imagen de desidia que se atribuyen al filósofo, y no a la acumulación de objetos, ya que Diógenes de Sinope, entre otras cosas, era un pedazo de minimalista, alguien que sólo se quedaba con lo esencial.


Otro enfoque sobre Diógenes

Tanto en la mente como en el espacio físico, aferrarse a unas cosas impide que otras nuevas entren en nuestras vidas o que nos centremos en lo que realmente nos importa.

Algunas personas se han dado cuenta de esto y han decido dejar de acumular trastos. Sus criterios y técnicas para reducirlos varían, pero lo que tienen en común es que se quedan con lo esencial, aquello que usan a menudo, que tiene una utilidad práctica en su vida y que les ayuda a desarrollar sus verdaderos intereses.

Se llaman minimalistas. En este sentido, el movimiento minimalista, no es estético, sino un estilo de vida que cuestiona las propias posesiones, el uso del tiempo, e incluso las relaciones poco enriquecedoras.

Siempre han habido personas que viven con lo esencial, pero, hoy en día, tropezarse con alguien que haya reducido sus posesiones a propósito, preguntándose cuáles de ellas deben tener un lugar en su vida y cuales no, es raro.


El juego minimalista

Hace tiempo que conozco el minimalismo y me había encontrado con algunos artículos de Joshua Becker, Everett Bogue, Leo Babauta, Colin Wright, Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus, famosos minimalistas que comparten sus experiencias y reflexiones en Internet. Pero, aunque me parecía un estilo de vida apasionante, responsable, coherente y sostenible, nunca había hecho un esfuerzo serio por aplicarlo.

Hasta que leí una propuesta de Joshua y Ryan, un “juego” que consiste en eliminar de tu vida -regalar, vender o tirar- un objeto el primer día del mes, de dos el segundo, de tres el tercero y así sucesivamente hasta llegar al último día del mes, en el que habría que sacar 30 o 31 objetos de una vez.

Necesitaba un reto que fuera nuevo cada día, por eso al leer la idea de este juego minimalista sentí una gran curiosidad por saber dónde estaban mis límites.


¿Me atrevo?

La propuesta parece simple, pero hay algunos factores que pueden complicarla. Uno de ellos podría ser la planificación. Algunas personas preferirán hacer listas de lo que van a sacar de sus vidas, pero en mi caso creo que planificar no va a ayudarme, sino que contribuirá a que empiece más tarde. Otro factor a tener en cuenta son las “reglas del juego”, como qué tipos de objetos cuentan (está claro que no pueden ser cosas que iba a tirar de todas maneras, pero yo, con la excusa del reciclaje, acumulo cosas que otras personas tiran normalmente) y en qué plazo hay que deshacerse de ellos (cuando decides tirar es fácil, pero cuando quieres donar o vender, no es realista pensar que ese mismo día podrás llevar el objeto a quien le hace falta; por otro lado, dejar esos objetos metidos en cajas dentro de casa, es quedarse en el punto de partida). Además, aunque ahora no quiero pensarlo, no debe ser fácil desprenderse de veinte cosas el vigésimo día, cuando ya te has desprendido de 190.

En cualquier caso he decidido improvisar. Pararme a pensar demasiado me haría perder el impulso que me hace falta para empezar con esto. Me centraré en un periodo extremadamente corto: un objetivo por día, de eso se trata, si no la propuesta sería “deshazte de golpe de 481 objetos”. Aunque en mi caso serán 351, porque decidí empezar el día de mi cumpleaños y no el primer día del mes. Como veis, también soy flexible con las “reglas”. Pero creo que eso no es malo, se trata de adaptar el juego a una misma para que, al fin y al cabo, sea de utilidad. De nada serviría ceñirme a unas premisas que me de pereza cumplir y que me lleven a abandonar el reto antes de haberlo empezado.


¿Qué pasará? 

No tengo ni idea. No estoy segura de tener 351 cosas de las que quiera desprenderme. Puede que no pase de la segunda semana, pero me apetece un montón averiguarlo. Es un experimento emocionante y espontáneo, pero también puede ser frustrante, agobiante y difícil. Y he decidido compartirlo aquí,  aunque eso suponga exponer mi fracaso. Asistiréis casi en directo -un post al día me parece excesivo, así que haré resúmenes semanales con fotos- a mis dudas, dificultades y reflexiones. Podéis animarme, contradecirme, reíros, dar ideas, pasar de todo o leer con morbosa expectación.

¿Pensáis que es posible conseguirlo? ¿Tal vez alguien más se atreva a intentarlo?

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